De la autora Nº1 en ventas del New York Times,
De la serie LA HERMANDAD DE LA DAGA NEGRA
Llega un adelanto de su libro de tapa dura
Amante Vengado
REHVENGE, COMO MEDIO SYMPATH, acostumbra a vivir en las sombras y escondiendo su verdadera identidad. Como propietario de un club y traficante en el mercado negro, también está acostumbrado a tratar con los más rudos noctámbulos… incluyendo a los miembros de la Hermandad de la Daga Negra.
Ha mantenido las distancias con la Hermandad, ya que su oscuro secreto podría haber complicado las cosas para ambos lados… pero ahora, como cabeza de la aristocracia vampírica, es un aliado que Wrath, el Rey Ciego, necesita desesperadamente. Sin embargo el secreto de Rehv está a punto de revelarse, lo cual le pondría en manos de sus enemigos mortales… y pondría a prueba el temple de su hembra, convirtiéndola de civil en un vigilante … Para establecer una comparación en cuanto a situaciones malas se refiere, digamos que el ataque de paranoia de su padre no fue sido tan malo.Ehlena sólo llegaba media hora tarde a trabajar, desmaterializándose hacia la clínica tan pronto como fue capaz de calmarse a sí misma lo suficiente como para llevar a cabo la acción de viajar. Por algún milagro, la enfermera a domicilio había estado libre y había podido llegar temprano. Gracias a la Virgen Escriba.
Atravesando la infinidad de controles que había para entrar al edificio, Ehlena sintió el peso de su bolso en la mano. Había estado dispuesta a cancelar su cita y dejar la ropa de recambio en casa, pero la enfermera a domicilio la había convencido de lo contrario. La pregunta que la mujer le había hecho la había golpeado profundamente: «¿Cuándo fue la última vez que saliste de casa para algo más que ir a trabajar?»
Los profesionales de la salud tenían que cuidar de sí mismos… y parte de ello era tener una vida lejos de cualquier enfermedad que les hubiera puesto en ese papel. Dios sabía que Ehlena siempre les decía esto a los miembros de las familias de sus pacientes con enfermedades crónicas, y el consejo era tanto sensato como práctico.
Al menos lo era cuando se lo daba a los demás. Pero al aplicárselo a sí misma, se sentía egoísta.Así que estaba tratando de evadirse de su cita. Como su turno finalizaba cerca del amanecer, no era como si tuviera tiempo de ir a casa a comprobar como estaba su padre primero. Como estaban las cosas, ella y el hombre que le había pedido una cita tendrían suerte si tenían una hora antes de que la invasora luz del sol pusiera fin a las cosas.
No tenía ni idea de qué hacer. La conciencia tiraba de ella en una dirección, la soledad en otra.Después de pasar por el último control de seguridad, entró en el área de recepción y fue directo hacia la enfermera supervisora, que estaba delante del ordenador en el mostrador de recepción.
—Siento mucho llegar tarde…
Catya dejó lo que estaba haciendo y alargó la mano.
—¿Cómo está?
Durante una fracción de segundo, todo lo que Ehlena pudo hacer fue parpadear. A cierto nivel, odiaba que todos estuvieran enterados de los problemas de su padre y que incluso unos pocos le hubieran visto en su peor momento. Aunque la enfermedad le había quitado el orgullo, ella aún tenía algo en su nombre.
—Ahora está tranquilo, y su enfermera está con él. Afortunadamente acababa de darle su medicación cuando ocurrió.
—¿Necesitas un minuto?
—No. ¿En qué estamos?
Catya sonrió de una manera triste, como si se estuviera mordiendo la lengua. Otra vez.
—No tienes que ser tan fuerte.
—Sí. Tengo.
—Ehlena apretó la mano de la mujer con la esperanza de acabar la conversación—. ¿Dónde me necesitas?
En ese momento varias de las otras enfermeras se acercaron a expresar su simpatía. A Ehlena se le cerró la garganta, no porque estuviera abrumada por la gratitud ante su consideración, sino porque sentía claustrofobia. La compasión la asfixiaba como el collar de un perro, incluso en una buena noche. ¿Después de un comienzo como el que había tenido esta noche? Quería salir corriendo.
—Estoy bien, gracias a todas…
—Muy bien, él está de regreso en la habitación —dijo la última enfermera en llegar—. ¿Saco la moneda?
Todo el mundo gimió. Solo había un él en la legión de pacientes machos que trataban, y tirar una moneda era la forma en que el personal decidía quién tenía que tratar con él. Era el otro extremo de las citas rehuídas.
En líneas generales, todas las enfermeras mantenían una distancia profesional con sus pacientes. Tenías que hacerlo, o te quemabas. Sin embargo, había algunos con los cuales no podías evitar involucrarte emocionalmente. Con él, permanecías apartada por otras razones además de las profesionales. Había algo en el macho que las ponía nerviosas, una amenaza subyacente que era tan difícil de determinar como evidente.
Ehlena cortó los varios años de ser elegida por el lanzamiento de una moneda.
—Yo lo haré. De esa forma compensará mi llegada tarde.
—¿Estás segura? —preguntó alguien—. Me parece que por esta noche ya pagaste tus deudas.
—Solo déjame ir a buscar un poco de café. ¿Qué habitación?
—Lo he puesto en la tres —dijo la enfermera.
En mitad de un coro de «Esa es mi chica», Ehlena fue hacia el vestuario de las enfermeras, puso sus cosas en la taquilla, y se sirvió una taza de humeante y caliente anima-tu-culo. El café era lo bastante fuerte como para ser considerado un estimulante e hizo bien su trabajo, despejando su estado mental.
Bien, despejándolo en su mayor parte.
Mientras lo tomaba a sorbos, echo una mirada al área de personal. La hilera de taquillas de color beige tenían nombres sobre ellas, y había pares de zapatos de calle desperdigados aquí y allí bajo los bancos de pino. En el área del comedor, sus compañeras tenían sus tazas favoritas sobre la encimera y tentempiés en las estanterías, y descansando sobre la mesa redonda había un cuenco lleno de… ¿qué era esta noche? Pequeños paquetes de Skittles . Por encima de la mesa había un tablón de anuncios cubierto con folletos de acontecimientos y cupones, estúpidas tiras cómicas y fotos de tíos buenos. La lista con el horario de los turnos estaba al lado, la pizarra blanca estaba cubierta con una tabla que representaba las próximas dos semanas, la cual estaba llena con nombres.
Era el detrito de la vida normal y ninguno de ellos parecía significativo en lo más mínimo hasta que pensabas en toda aquella gente en el planeta que no podía tener un trabajo ni disfrutar de una existencia independiente ni tener energía mental suficiente para permitirse pequeñas distracciones. Mirándolo todo, recordó, una vez más, que salir al mundo real era un privilegio, no un derecho, y le molestaba pensar que su padre se veía obligado a estar metido dentro de aquella casita de mierda, luchando con demonios que existían solo en su mente. Él había tenido una vida una vez, una gran vida. Ahora tenía alucinaciones que le torturaban, y aunque eran solo percepciones, y nunca hechos reales, las voces eran de igual forma completamente aterradoras.
Mientas Ehlena enjuagaba su taza, no pudo evitar pensar en la injusticia de todo ello.
Antes de dejar el vestuario, se inspeccionó rápidamente en el espejo de cuerpo entero que había junto a la puerta. Su uniforme blanco estaba perfectamente planchado y limpio como una gasa estéril. Sus zapatos de suela de goma estaban libres de manchas y de rayones.Su cabello se veía tan crispado como ella se sentía.Rápidamente se soltó el cabello, se lo retorció, y volvió a atarlo con una goma, luego se dirigió hacia el consultorio número tres.
El historial del paciente estaba en la funda de plástico transparente que había colgada en la pared junto a la puerta y respiró hondo mientras lo sacaba de su lugar. La cosa era curiosamente delgada, considerando cuán seguido veían al macho. Su última visita había sido… hacía sólo dos semanas.
Después de llamar, entró en la habitación con una confianza que no sentía, la cabeza alta, la espalda derecha, su inquietud camuflada por una combinación de postura y propósito.
—¿Cómo estás esta noche? —dijo mientras se obligaba a mirar al paciente a los ojos.
En el instante en que la mirada amatista encontró la suya, olvidó lo que había salido de su boca. Rehvenge hijo de Dragor absorbió los pensamientos directamente de su cabeza hasta que nada importó salvo aquellos brillantes ojos suyos color violeta.
Era una cobra, este macho, atractivo porque era mortal y era bello. Con el cabello oscuro cortado al estilo mohawk, su duro y elegante rostro, y el cuerpo enorme, era sexo, poder e imprevisibilidad todo envuelto en… bueno, un traje de raya diplomática negro que claramente había sido hecho a medida.
—Estoy perfectamente, gracias —dijo, su voz era mucho más profunda que la de la mayoría de los machos. Más profunda que la mayoría de los océanos, al menos eso parecía— ¿Y tu?
Sonrió un poco, porque era plenamente consciente de que a ninguna de las enfermeras le gustaba estar encerrada con él en el mismo lugar, y evidentemente disfrutaba del hecho de ponerlas incómodas.Al menos eso fue lo que ella leyó en su expresión.Puso su historial en el escritorio y sacó el estetoscopio del bolsillo.
—Estoy muy bien.
—¿Estás segura de eso?
—Sí. —Se giró hacia él—. Voy a tomarte la presión sanguínea y el pulso.
—La temperatura también.
—Sí.
—¿Quieres que abra la boca ahora?
La piel de Ehlena enrojeció, y se dijo a sí misma que no era a causa de ese hablar pausado que le daba a la pregunta un tono sexual.
—Eh… no.
—Qué pena.
Rehvenge encogió los hombros para quitarse la chaqueta, y, con un indolente movimiento de la mano, la tiró sobre el abrigo de marta que estaba cuidadosamente tendido sobre una silla. Siempre llevaba un abrigo como ese con él sin importar la estación. Normalmente los llevaba puestos, pero no siempre.Valían más que la casa que Ehlena alquilaba. Cada uno.Sus largos dedos fueron hacia el gemelo de diamante de la muñeca derecha.
—¿Por favor, puede ser del otro lado? —Señaló con la cabeza la pared contra la que habría tenido que apretarse—. Hay más espacio para mí a tu izquierda.
Él dudó, luego se dirigió hacia la manga contraria. Enrollándose la seda negra hasta más arriba del codo sobre su grueso bíceps, mantuvo el brazo doblado hacia adentro.Ehlena agarró el tensiómetro de un cajón y lo abrió mientras se aproximaba a él. Tocarle siempre era toda una experiencia, y se frotó la mano contra la cadera para prepararse.Cuando tomó la muñeca masculina, la corriente que le lamió el brazo fue a aterrizar directamente en su corazón, haciéndole pensar en ese café que se acababa de tomar. Era como si el macho llevara una carga eléctrica en el cuerpo, y teniendo en cuenta que aquellos ojos suyos por sí solos eran motivo suficiente para distraerla totalmente, la rutina de la tensión eléctrica no ayudaba.
Maldita sea, dónde estaba su indiferencia usual… Incluso con él, ella era normalmente capaz de mantenerse en su sitio y hacer su trabajo
Poniéndose a sí misma en modo profesional, puso el brazo de él en posición, levantó el manguito del tensiómetro y…
—Buen… Señor.
Las venas que corrían por la curva de su codo estaban diezmadas por el exceso de uso, hinchadas, negras y azules, tan desgarradas como si hubiera estado usando clavos, y no diminutas agujas, en sí mismo.
Sus ojos se dispararon a los de él.
—Debes tener mucho dolor.
—No me molesta.
Un tipo duro. ¿Cómo es que no le sorprendía?
—Bueno, puedo entender el motivo de tu consulta esta noche.
—Suavemente tocó con la punta del dedo la línea roja que le recorría el brazo hacia arriba en dirección a su corazón—.Hay signos de infección.
—Estaré bien.
Todo lo que ella pudo hacer fue enarcar las cejas. Dado lo calmado que estaba, era evidente que no tenía ni idea de las implicaciones de la sepsis.
La muerte no se vería bien en él, pensó por ninguna razón en particular.
Ehlena sacudió la cabeza.
—Tomaremos la lectura en el otro brazo. Y voy a tener que pedirte que te quites la camisa. El doctor querrá ver lo lejos que ha llegado la infección en tu brazo.
Su boca se elevó formando una sonrisa mientras extendía la mano hacia el primer botón.
—Será un placer.
Ehlena apartó la vista rápidamente.
—No soy tímido —dijo con esa voz grave suya—. Si lo deseas puedes mirar.
—No, gracias.
—Que pena. —En un tono más enigmático, añadió—: no me importaría que miraras.
Cuando el sonido de la seda moviéndose contra la piel se elevó desde la camilla, Ehlena se ocupó superfluamente de la historia médica, volviendo a comprobar cosas que estaban absolutamente correctas.
Por lo que había oído, él no hacía estas cosas con las otras enfermeras. Apenas hablaba con sus colegas, y eso formaba parte de los motivos por los que se ponían nerviosas cuando estaban a su alrededor. No obstante ¿con ella? Hablaba demasiado y siempre sobre cosas que la hacían tener… pensamientos muy poco profesionales.
—Estoy listo —dijo.
Ehlena se giró y mantuvo los ojos fijos en la pared cerca de la cabeza de Rehv. Su pecho era magnífico, de un cálido marrón dorado, tenía los músculos definidos a pesar de que su cuerpo estaba relajado. Cada uno de sus pectorales tenía una estrella roja de cinco puntas tatuada, y sabía que tenía más tinta en su cuerpo. Porque había habido una par de ocasiones en que había mirado.
Mirado fijamente más bien.
—¿Vas a examinarme el brazo? —dijo suavemente.
—No, eso lo hace el doctor. —Esperó que volviera a decir «una pena».
—Creo que he usado esa palabra suficientes veces en tu presencia —murmuró secamente.
Ahora volvió los ojos hacia los de él. Era del tipo extraño de vampiro que podía leer la mente de los de su propia especie, pero de alguna manera no le sorprendió que fuera integrante de ese pequeño grupo.
—No seas grosero —dijo.
—Lo siento.
—Pero no era así, dado el modo en que su labio se curvó en una de las comisuras.
Dios, sus colmillos eran afilados. Bonitos y blancos, también.
Ehlena deslizó el manguito alrededor de su bíceps, se puso el estetoscopio en las orejas, y le tomó la tensión, el pequeño piff-piff-piff de la bomba seguido de un largo y lento siseo.
El paciente la estaba mirando fijamente. Siempre la miraba fijamente.
Ehlena se apartó un paso.
—No debes temerme —susurró él.
—No lo hago.
—Mentirosa.
Ésta era la enfermera que le gustaba, la que Rehv esperaba hallar cada vez que acudía allí. No sabía su nombre, así que en su mente la llamaba luhls porque era encantadora en todo aspecto, seria, bonita e inteligente.
Con una buena cantidad de «jódete» emanando de ella. Y qué sensual era eso.En respuesta a su «mentirosa», sus ojos color caramelo se entrecerraron y abrió la boca como si fuera a morderle. Pero entonces se controló, y recobró su apariencia profesional.
Una pena, de hecho.
—Ciento sesenta y ocho sobre noventa y cinco. Es alta.—Abrió el manguito con un rápido tirón, sin duda deseando que fuera una tira de su carne—. Creo que tu cuerpo esta tratando de combatir la infección de tu brazo.
Oh, ciertamente su cuerpo estaba luchando contra algo… pero no tenía una mierda que ver con lo que fuera que estaba ocurriendo en las zonas dónde se inyectaba. Con su lado sympath venciendo a la dopamina, el estado de impotencia en el que normalmente se hallaba había sido eliminado del partido.
Dentro de los pantalones, su polla estaba dura como un bate.
Mierda, tal vez habría sido mejor tener a otra enfermera. Ya era bastante difícil estar con ella cuando estaba en estado «normal».
Esta noche su estado era cualquier cosa menos normal.